Lina
Crónicas

Una escuela, mil mundos: crónica de dos artistas formadores

A partir de marzo de este año, Idartes inició un convenio con la Secretaría Distrital de Educación para maestras de educación inicial.

A las 6:30 a.m., el colegio Feliza Bursztyn, en la localidad de Kennedy, empieza a sacudirse el sueño. Mientras la ciudad aún bosteza, Lina y Luigy, artistas formadores del programa Nidos, cruzan la entrada. El vigilante los saluda con familiaridad. Solo la minuta de registro detiene brevemente su paso antes de iniciar una nueva experiencia de arte, juego y creación.

Lina y Luigy caminan directo hacia el sector de preescolar y en su espalda cargan morrales que parecen no tener fondo y que contienen telas, instrumentos, objetos de otras galaxias. Hoy la cita es con las maestras en un encuentro para sentir, jugar y recordar que también son cuerpo, voz, emoción. El espacio elegido es la ludoteca que  pronto dejó de serlo para transformarse en un universo simbólico.

 

Luigy

Al respecto Maria Claudia Parias, directora del Instituto Distrital de las Artes - Idartes, comenta "Este tipo de procesos nos recuerda por qué, desde Idartes y en particular con el programa Nidos, tenemos la convicción en que el arte es una herramienta transformadora, tanto en lo educativo como en lo humano. Lo que ocurre entre las maestras del colegio Feliza Bursztyn y nuestros artistas formadores, trasciende la noción de una experiencia ocasional: es un acto de reconexión con el cuerpo, la emoción y el juego. En esos espacios simbólicos se gestan nuevas formas de percepción, de sensibilidad y de pedagogía. Agradecemos a la Secretaría de Educación su compromiso con este propósito compartido, porque sabemos que cada vez que una maestra se permite imaginar, jugar y crear, está abriendo el camino hacia una infancia más libre, más sensible y más consciente".

Una vez se instalan, los artistas formadores dejan sus ropajes cotidianos a un lado y se visten con sus atuendos coloridos, monocromáticos, estrafalarios o sutiles apropiados para habitar y jugar en estos universos creados tácitamente. 

Las maestras van llegando una a una, con curiosidad y expectativa. Los zapatos deben descansar a un lado. Ellas se ubican, algunas con recelo, otras con entusiasmo y se disponen a habitar el juego desde el cuerpo. Una meditación guiada abre el camino: respiración profunda, ojos cerrados, silencios compartidos. Poco a poco se sueltan las tensiones, se bajan las defensas. El espacio se llena de calma, de risa contenida, de posibilidades.

Luego vienen los devenires: de rana a mariposa, de árbol a río. Aparece la imaginación, esa que tantas veces ceden a sus estudiantes, pero que pocas veces se permiten para sí mismas. El juego simbólico irrumpe con fuerza, allí los conos de cartón —los sipsikuy— se convierten en pelucas, antenas, coronas y esculturas vivientes. Las docentes no solo participan: crean.

 

fortalecimiento

La música de la kalimba acompaña momentos de descanso. Algunas cierran los ojos, otras se recuestan en las Quyas (círculos de tela). Es un instante suspendido, un respiro dentro del ritmo escolar. Afuera, el colegio sigue su curso, adentro, un grupo de maestras y dos artistas, construyen un espacio seguro para estar y ser sin exigencias.

El cierre llega con palabras. En un círculo de papel, cada una escribe una frase provocadora que invita a reflexionar. Hablan del miedo inicial, de la sorpresa, del alivio, del respeto mutuo. Se reconocen entre iguales, no desde el rol, sino desde la experiencia humana. Surgen emociones que oscilan entre la gratitud y la melancolía, entre el cansancio y la esperanza.

Lina y Luigy escuchan, observan, toman nota. Saben que estos encuentros no solo impactan el día a día, sino también la manera en que las maestras acompañan a niñas y niños. Surgen reflexiones sobre el juego, sobre el rol de adulto, sobre cómo las pantallas están cambiando la interacción entre los más pequeños pero también entre los adultos. Se habla también del sistema escolar, de sus retos y sus contradicciones.

Ya con la mochila reempacada, los artistas desmontan el escenario. La ludoteca vuelve a ser ludoteca. Nada parece haber cambiado, y sin embargo, todo ha sido tocado, transformado. Las huellas no están en los objetos, sino en las voces, los gestos y las miradas que se cruzaron durante el día. Nadie más lo nota, pero algo quedó sembrado.

Mañana será otro colegio, otro grupo, otro universo. Pero hoy, en Feliza Bursztyn, maestras y artistas compartieron algo más que una jornada, compartieron juego, cuerpo y presencia. Y aunque los espacios retornen a su forma habitual, el viaje ya ocurrió. Y vive, desde hoy, en quienes se atrevieron a jugar, a crear.