
Cuando las artes transforman la rutina escolar
El parlante anuncia la parada en el Portal Norte. Son las 6:30 de la mañana y el flujo de personas se convierte en una marea humana que cruza el puente peatonal rumbo al trabajo. En medio de esa corriente, Sandra camina en dirección contraria. Es maestra de transición en el colegio Nueva Zelandia, en el norte de Bogotá. No huye del día, lo abraza con entusiasmo. Hoy no será un día cualquiera: el programa Nidos, de Idartes, la acompañará en el aula con una experiencia artística que promete alterar gratamente la rutina escolar.
Sandra sabe que su rol como docente no se limita a enseñar letras y números. Hoy participa como parte activa del equipo de maestras en formación que buscan fortalecer las prácticas artísticas en sus aulas. La presencia de los artistas formadores cambia el ambiente: los materiales, los objetos cotidianos, incluso las cajas de cartón, adquieren nuevos significados. “Entre más variedad y más objetos, más espacios significativos… mayor va a ser esa potenciación de su creatividad”, afirma ‘la profe’ con convicción.
“Procesos como el que lideran Sandra y sus compañeras maestras de transición reflejan una transformación sustantiva en las prácticas pedagógicas orientadas a la primera infancia, impulsada desde el arte como lenguaje fundamental del desarrollo humano”, señala María Claudia Parias, directora de Idartes. “El programa Nidos no solo ofrece experiencias estéticas significativas para niñas y niños, sino que también fortalece las capacidades pedagógicas de las docentes, al poner en el centro el juego, la exploración y la creación como pilares de una educación integral. Esta articulación entre maestras y agentes artísticos da cuenta de una apuesta institucional por una educación más sensible, inclusiva y coherente con las políticas públicas de cuidado y desarrollo infantil, promoviendo entornos de aprendizaje que reconocen la potencia transformadora del arte en la vida de los más pequeños”.
Después de la experiencia, se abren espacios de diálogo y reflexión. Sandra, con mirada crítica y el corazón abierto, reconoce que la rutina a veces la encierra en estructuras rígidas. “La presencia de Nidos nos permite otras posibles maneras de ver el acompañamiento de las niñas y los niños”, dice. Las propuestas artísticas no solo enriquecen a los niños; también sacuden a los adultos, a quienes invitan a soltar el control y a confiar en la capacidad de autorregulación que surge del juego y la libertad.
Lo más valioso para Sandra ha sido la coherencia entre lo que los artistas enseñan y lo que hacen. “Tú ves coherencia entre la teoría y el hacer en vivo y en directo”, destaca. Para ella, ese vínculo entre el discurso y la acción es lo que realmente impacta y transforma. Ha tomado ideas y las ha llevado a su aula: un museo hecho de cajas recicladas, escenas de juego libre en los cuales antes había instrucciones rígidas, espacios donde los gritos infantiles son permitidos y hasta necesarios.
Sandra reconoce, además, el valor de lo humano. “Ha sido un aporte muy valioso… Yo quiero reconocer la calidez de las personas que nos han acompañado”, dice con gratitud. No se refiere sólo al conocimiento técnico, sino al respeto, a la empatía y a la manera cuidadosa con la que los artistas se han acercado a los niños y a los docentes. Ese tacto humano, considera, es lo que permite que las transformaciones profundas ocurran.
El día escolar llega a su fin, pero algo ha cambiado. Sandra no solo ha recibido una experiencia artística; ha vivido una renovación en su práctica pedagógica. Sabe que el arte no es un complemento, sino una posibilidad viva de transformación. Mañana volverá a cruzar el portal, pero lo hará sabiendo que dentro de su aula ahora habita una nueva manera de mirar, de sentir y de enseñar.